Los cómicos de los caminos
Los cómicos de los caminos.JesRICART
El viaje a ninguna parte (1986) de Fernando Fernán Gómez trata de un grupo de actores, con más pinta de vagabundos que de artistas, que recorren los pueblos de Castilla y de España actuando en pequeños centros culturales y cafés sin telón y sobre tarimas pequeñas. Retrata la España de los años 50 con un protagonista central (José Sacristán) que ya en la vejez y recluido en una residencia cuenta su biografía. Es el tiempo de la coexistencia de este teatro ambulante, con textos recortados y amputados para no recargar las piezas para públicos de pronta estimulación, con el cine así mismo ambulante que genera más expectación. Es la lucha de lo nuevo y de lo viejo en la tecnología expresiva de la distracción con el decorado de fondo de un país que rezuma control y dictadura por todas partes, falta de libertades y exceso de hambre. La imagen recurrente del argumento es la de la troupe desplazándose por los sitios de un lado a otro, de un pueblo al siguiente, en un viaje continuo que no lleva a ninguna parte. Finalmente, la compañía se disuelve por falta de futuro y una parte del grupo se integra como extras en el cine. El protagonista sufre un delirio de grandeza y cuenta su biografía a alguien que reúne datos sobre ella ayudándose de nombres reales de la realidad y de la historia del espectáculo pero distorsionando su relación con ellos. Es magistral el papel de Sacristán y su caracterización, así como el de Juan Diego. Al final en la residencia se reúne con otro de los grandes del teatro compartiendo las horas perdidas de la vejez. La muerte del cómico va acompañada de las continuas imágenes de su delirio que el reconcilia con su lugar en el mundo que no pasó de ser mediocre.
El título del film es soberbio y sabio. Probablemente un título universal aplicado a tantas actividades de las vidas humanas, que nacen y se rehacen continuamente en un vaivén de mantenimientos y fracasos, justificándolos para continuar en pie de existencia por el temor al deshonor a la muerte voluntaria. El cómico de antaño que iba con sus gags por los pueblos para sacar a los vecindarios de su mediocridad traían también su propio drama del que no podían hacer fiesta. Esa filosofía del vivir sin destino, tan unida a la conciencia del arte y de la representación, en la que lo genial se mezcla con lo fantástico y la fantasía con un antídoto contra lo existente, es propia del fatalismo y a la vez del sentimiento de desrealización. Por mucho que se viva, por mucho que se haga, el resultado último es la perdida de realidad, la pérdida del cuerpo. Antes de esto las ilusiones se van cayendo una a una disfrazando sus huecos con decorados de temporada.
La vida del cómico que trabaja para hacer reír a los demás en un tiempo de limitaciones estrechas y de vida dura es presentada como la del último acto de la teatralización artesanal de la cotidianidad anónima frente a la emergencia de otras formas de espectáculo y de entretenimiento, donde se acomoda al personal de butaca para que pierda la poca interactividad que tenia, pero de la que tenía alguna oportunidad en su condición de espectador de escenas en directo.
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