El derecho a la enseñanza pública y gratuita fue (sigue siendo) una de las grandes reivindicaciones históricas para que la sociedad, y en particular los hijos del proletariado y del campesinado, accediera al conocimiento. Distintas declaraciones internacionales recogieron esta legítima demanda sobre la tesis de que combatiendo la ignorancia se combatía el retraso y la esclavitud. Muchos estados organizaron sus presupuestos para facilitar la posibilidad de ese acceso que ha llegado a ser hasta los 16 años. Después de muchos planes de estudio y varias generaciones pasando por las aulas, la pedagogía puede dar cuenta de los últimos de la clase que no quieren saber, de los campaneros que desaprovechan la oportunidad del acceso a los bancos de información, de los alborotadores que sabotean la atención de sus compañeros de aula, de quienes solo pretenden certificados legalmente exigibles y de unos porcentajes de fracaso (uno de los nombres de la desadaptación a los ritmos y del uso del razonamiento). El síndrome de desatención posiblemente es un epifenómeno de la obligatoriedad educativa. Pero ante ella los conatos de intención autodidacta tampoco se han generalizado. El estado invierte en educación infantil y adolescente para no tener que invertir en cárceles en el futuro (algo que tampoco evita) una vez que los no educandos optaron por la delincuencia. También optó por la formación técnica (que no humanística ni formativo-integral) para tener mano de obra cualificada en la modernidad de la expansión industrial. La consideración de todo ello nos ha llevado a pensar en el mismo concepto de crisis de la obligación del saber y de la libertad al no-saber porque da flojera. De todas las libertades personales en las que pensar las de no querer conocer las cosas es una de ellas. Obviamente tal libertad va en contra del ignorante pero eso no tiene porque frenar quienes no quieran serlo. La mayoría de las veces los comentarios de no querer saber desautorizan a quien los dice sin tener que gastar palabras extra para cuestionárselo. La reivindicación deja de ser: saber para todos (puesto que muchos no lo quieren) para especificarla añadiendo que sea para quienes estén dispuestos a esforzarse por adquirirlo y a no autoexcluirse de la cultura.
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